Otro polaco en la corte | Cultura

En un acto como el de hoy en palacio, la cabeza de uno de los invitados impacta contra el plato con las iniciales reales JSC. No es salteado de verduras con cigala confitada como hoy. En El informe Casabona es una crema de guisantes. Recuerdo esa escena inicial de la novela detectivesca de Sergio Vila-Sanjuán, que me guía, mientras el Rey pronuncia de pie su glosa sobre la patria del español y la obra de Luis Mateo Díez, el galardonado con el último Premio de Cervantes. Hemos superado el brindis y por ahora no pinta que mi pieza de urgencia vaya a ser una crónica de sucesos.

Debería ser mi primera crónica de sociedad. A media mañana estoy en los jardines frente al palacio, busco un banco tranquilo para quitarme las deportivas y calzarme unos mocasines de suela gastada. Estoy invitado al almuerzo como señor Babelia y no sé hacerme el nudo de la corbata ni con tutorial. Subo la escalera principal impactado por los alabarderos, me incorporo a un corrillo integrado por una cáfila catalana y al cabo de unos minutos se forma la cola previa al besamanos. La novelista Gemma Ruiz me enseña el bolso que le ha dejado Carme Riera y para evitar el nerviosismo le preguntamos a un responsable de protocolo cómo debemos dar la mano.

Tras cruzar el salón de Gasparini, accedemos al comedor real. Voy al extremo de la mesa equivocado y me quedó en un lugar absurdo cuando el Rey entra en la sala. Nos sentamos. Al secretario de Estado de cultura le suena el móvil mientras escuchamos el discurso. Felipe VI cita unas palabras del señor de Celama. “Todos nos alegramos de las cosas buenas”. Durante la comida hablamos de la felicidad de Sant Jordi y a una antigua directora de RNE (“dale recuerdos a Pepa”) le cuento la emoción que vivimos en el Saló de Cent cuando se concedió el Premio Ortega y Gasset al fotógrafo gazatí Mohammed Salem. Después de las verduras, rodaballo. Cremoso de avellana de postre. El último ganador del Premio Primavera de Novela sugiere que puntuemos la comida en Trip Advisor. Tal vez debería mandar este artículo a la sección de gastro.

El café se sirve en el Gasparini. Abordo a Juan Manuel Bonet porque es coprotagonista de la biografía que acabo de leer de Quico Rivas, saludo a Manuel Calderón, con el que retomamos la conversación sobre su libro del caso Salvador Puig Antich, aclaramos una polémica con Luis García Montero y no sé si debería presentarme a Sonsoles Ónega. Ensayo un acercamiento a un corrillo para saludar al Rey y me quedo en tierra de nadie, como un pasmarote provinciano. Hasta que doy el paso y busco la manera de preguntar al Rey si tiene tiempo para leer.

Desde hace unos días El mago del Kremlin, de Giuliano da Empoli. Es buenísimo: una de las mejores ficciones políticas que he leído sobre Vladímir Putin. Le pregunto a la Reina si ya ha leído Los escorpiones [de Sara Barquinero] y dice que todavía no, pero que las últimas novelas también han sido un reto: El mar, el mar, de Iris Murdoch, primero, y después Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff. Estos días su trabajo literario es otro: lee las obras de un premio de literatura infantil y juvenil porque presidirá la concesión y, con absoluta naturalidad, comenta cuál ha sido la evolución del género, su adaptación a la nueva sensibilidad, y de aquí salta a la fascinación que le produjo [la película] Creatura.

Así la crónica deja de ser de sociedad y, en un giro novelesco de los acontecimientos, se impone el artículo de periodismo cultural. Le pido una foto para mis hijos, pero en realidad es para mí. Debería haber venido con corbata. No hay manera de disimular que uno por unas horas ha sido otro polaco en la corte.

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