La capacidad para tratar infecciones es esencial en medicina. Sin ella, los riesgos de los trasplantes o las cirugías se multiplican, igual que el de los pacientes que reciben quimioterapia para el cáncer, vulnerables a infecciones letales. Desde el descubrimiento de los antibióticos, los patógenos se han ido adaptando ante el enemigo creado por los humanos y las bacterias superresistentes ya son una amenaza mundial para la salud. Causan más de un millón de muertes al año.
Las resistencias son más frecuentes entre las bacterias llamadas grammnegativas, que cuentan con dos membranas difíciles de atravesar para muchos antibióticos. Una de ellas, la Acinetobacter baumannii, es una de las grandes amenazas en los hospitales y fue muy frecuente durante la epidemia de la covid. La Organización Mundial de la Salud la ha señalado como amenaza urgente para la que se requieren nuevos antibióticos. Hace más de 50 años que la FDA, el organismo que regula los medicamentos en EE UU, no ha aprobado un nuevo fármaco contra una bacteria grammnegativa.
Hoy, la revista Nature publica un trabajo, firmado por científicos de la empresa farmacéutica Roche, en el que se explica cómo se descubrió y se desarrolló la zosurabalpina, un nuevo tipo de antibiótico que puede superar las resistencias de la A. baumannii. El equipo, liderado por Michael Lobritz y Kenneth Bradley, rastreó una base de datos con unos 45.000 péptidos sintéticos, moléculas distintas de las que suelen ser la base de la mayoría de los antibióticos, obtenidos de la naturaleza. Entre ellas, identificó varias moléculas con actividad antibacteriana, entre las que seleccionó una, que después optimizó para mejorar su eficacia y su seguridad. El fármaco, que ya curado a ratones con neumonía provocada por A. baumannii, se ha empezado a utilizar en humanos, en un ensayo de fase I, para probar su seguridad.
La zosurabalpina supera las defensas que suelen hacer resistente a esta bacteria con un mecanismo diferente. Bloquea el transporte de una molécula, el lipopolisacárido, hasta la superficie de la bacteria, donde es necesaria para crear la membrana exterior de estos microorganismos. Eso lo logra superando solo una de las dos membranas que tienen las bacterias grammnegativas. Sin esa membrana exterior, la A. baumannii tiene menos probabilidades de sobrevivir y se vuelve vulnerable a otros antibióticos, que se podrían combinar con la zosurabalpina para tratar este tipo de infecciones.
“Los péptidos se han estudiado como antimicrobianos desde hace muchos años, la misma colistina es un péptido, pero el lugar donde actúa este nuevo antibiótico, en el transporte de lipopolisacáridos, es una novedad”, explica Rafael Cantón, jefe del Servicio de Microbiología en el Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid. “Es interesante que se pueda emplear contra Acinetobacter porque hay pocas opciones terapéuticas. Esa es la parte buena, pero no va a ser una panacea”, plantea. “Hay algo que me deja preocupado, porque ven que existe una probabilidad de que desarrollen mutantes resistentes no despreciables”, concluye el portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC).
Bruno González Zorn, director de la Unidad de Resistencias Antimicrobianas de la Universidad Complutense de Madrid, considera que este nuevo antibiótico “puede aportar mucho porque las infecciones de A. baumannii son importantes y van en aumento”. En España, aproximadamente el 50% de las muestras analizadas son resistentes a los tratamientos habituales, así que “son necesarias nuevas herramientas”, añade González Zorn. El investigador puntualiza que se lleva mucho tiempo trabajando con péptidos como los que han rastreado los científicos de Roche, y que las bacterias los utilizan para luchar unas contra otras. También son un arma de los fagos, los virus que atacan a estos microbios y que también se utilizan frente a infecciones resistentes a los antibióticos. Sin embargo, en el trabajo que hoy publica Nature se han superado problemas de toxicidad o distribución que convierten a la zosurabalpina en una molécula prometedora.
En la lucha contra la resistencia a antibióticos, los obstáculos no son solo científicos. “Además de lo rápido que evolucionan las bacterias, el problema es que el mercado de los antibióticos casi ha desaparecido, porque después de lo que cuesta lanzar una línea de investigación y de desarrollar ensayos clínicos, si se consigue llegar al final y tener un nuevo antibiótico, es muy difícil de rentabilizar”, opina Daniel López, experto en superbacterias del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC. Por la propia naturaleza de los antibióticos, que se deben utilizar con mucho tiento para matar a las bacterias sin permitir que se adapten a ellos, los nuevos fármacos se deben guardar mientras los antiguos, que hace décadas no tienen patente, aún funcionen. Esta particularidad ha hecho que instituciones como la Unión Europea se planteen incentivos públicos, como la prolongación de otros fármacos a las empresas que desarrollen nuevos antibióticos, para hacer interesante su desarrollo.
En un segundo estudio, que también publica hoy Nature, se añade información sobre la forma en que funciona el sistema de transporte del lipopolisacárido hasta la superficie de la célula para generar la membrana exterior y cómo la bloquea el nuevo antibiótico. Este conocimiento se va a utilizar para buscar nuevos compuestos dirigidos a desactivar ese mecanismo y crear herramientas contra las resistencias bacterianas, un problema que, según algunas estimaciones, puede ser la primera causa de muerte global en 2050.
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