El negacionismo climático se podría resumir con aquella vieja frase de Groucho Marx: “¿A quién va a creer, a mí o lo que ven sus ojos” (y, además, al 99,99% de los científicos de todo el mundo)? Pero no se trata de una corriente de pensamiento clandestina. Numerosos políticos de primera fila —y no solo de la ultraderecha— niegan evidencias ancladas en millones de datos científicos. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid y una de las voces con mayor predicamento del Partido Popular, recurrió a Marx (pero no a Groucho, sino a Karl) para negar las causas del cambio climático cuando afirmó en 2022 que “desde que la Tierra existe” ha habido cambio climático, y que la izquierda no puede “seguir contra la evidencia científica porque tienen en su cabeza el comunismo”.
Lo interesante de las declaraciones de Ayuso es que tiene razón en una cosa: desde que la Tierra existe, efectivamente, ha habido cambio climático. Lo que no consideró oportuno señalar es que, durante los periodos en los que se han producido fuertes fluctuaciones de las temperaturas o las precipitaciones, la humanidad ha padecido desastres sin límite, extinciones, hambrunas, migraciones forzosas y cataclismos. Eso, además, no tiene nada que ver con el consenso que existe en la comunidad científica de que el cambio climático actual es consecuencia de las emisiones producidas por el ser humano desde la era industrial y que nunca se había producido una transformación del clima a esta velocidad. Ningún científico serio lo pone en duda porque los datos son irrefutables —menos para Trump y páginas de internet de teorías de la conspiración—.
La semana pasada falleció a los 94 años el historiador francés Emmanuel Le Roy Ladurie, medievalista, miembro de la Escuela de los Anales —que cambió el foco del estudio del pasado para centrarlo en la vida cotidiana— y uno de los pioneros en la historia del clima. Su libro Histoire du climat depuis l’an mil (Historia del clima desde el año mil, Flammarion) recopila, en casi 700 páginas, toda una vida de investigaciones sobre los cambios en el clima, utilizando todo tipo de fuentes (estudia por ejemplo las cuentas anuales del obispo de Winchester y la relación entre el tiempo y las malas cosechas o los datos de la vendimia en el siglo XIX).
La evolución de su pensamiento —basada siempre en los datos, nunca en las opiniones— resulta muy interesante: en sus primeros estudios consideraba que no había suficientes evidencias en Europa para demostrar que el clima hubiese influido de manera decisiva en la historia. Sí, en cambio, en Estados Unidos: citaba los estudios de R. Woodbury en Nuevo México y Arizona que demostraban, gracias a la arqueología, que una cultura que había logrado grandes producciones agrícolas en el desierto durante lo que se llamó el periodo cálido medieval —una época de estabilidad climatológica entre 700 y 1200— comenzó a sufrir sequías hasta su desaparición entre los siglos XIV y XV, coincidiendo con un claro empeoramiento en el tiempo en todo el mundo. Por empeoramiento entiende que el clima deja de ser previsible, como ocurre en la actualidad.
Sin embargo, en plena crisis climática, en el siglo XXI, Le Roy Ladurie ya no tiene ninguna duda: “Al estudiar la historia rural, descubrí la importancia de las crisis de subsistencia que, en el pasado, causaron millones de muertos. Se debían en gran parte al clima, aunque nadie lo había visto desde ese ángulo”, explica en una entrevista que encabeza la última edición del libro (2020). “Las hambrunas y los elementos políticos, económicos o sociales que las han acompañado se deben muchas veces a la combinación de guerras y malas cosechas. Sí, el clima puede cambiar nuestro destino”, señalaba el sabio francés.
En su estela, numerosos autores han publicado en los últimos años libros que analizan la relación entre el clima y los peores momentos de la humanidad, obras como El motín de la naturaliza (Anagrama), de Philipp Blom, o Climate Change And The Course Of Global History. A Rough Journey (El cambio climático y el curso de la historia global. Un viaje accidentado, Cambridge University Press), de John L. Brooke; además de clásicos anteriores como La Pequeña Edad de Hielo (Gedisa), de Brian Fagan, o El siglo maldito (Planeta), un ensayo de 1.200 páginas de Geoffrey Parker sobre el efecto del clima en las catástrofes del XVII.
Los científicos siguen debatiendo por qué se produjeron esas oscilaciones en el clima; pero nadie duda de que su influencia sobre los destinos humanos fue terrible. La llamada Pequeña Edad de Hielo —entre 1300 y 1850, con un tiempo especialmente inclemente entre 1645 y 1715— fue cataclísmica para la humanidad: pestes, guerras de religión, hambrunas… También durante aquellos siglos estalló la Revolución francesa y se fabricaron los mejores violines de la historia. Stradivari pudo construir sus instrumentos con una madera que, por el ciclo de crecimiento muy lento de los árboles, producía un sonido único, como explica Parker. No hay, naturalmente, una sola causa, pero está claro que la influencia del clima fue determinante. Nada refleja aquella época de frío y terror como los paisajes invernales de los maestros flamencos como Pieter Brueghel.
En una entrevista en un podcast de The New York Times, conducida por el periodista David Wallace-Wells —autor de uno de los libros más inquietantes sobre el futuro que nos espera si no tomamos decisiones rápidas y rotundas, El planeta inhóspito (Debate)—, la climatóloga Kate Marvel explicaba que estaba realizando una investigación sobre la Pequeña Edad de Hielo, lo que le había llevado a tener una visión muy diferente de las Cazas de Brujas, durante las que miles de mujeres fueron quemadas vivas.
“Si nos fijamos en la historia de la Pequeña Edad de Hielo especialmente en Europa, las cosas empiezan a ponerse muy feas”, explicaba Kate Marvel. “Se empieza a ver un aumento de los conflictos religiosos. También se producen las quemas masivas de brujas. Muchas veces, las mujeres que son quemadas o colgadas son acusadas por algo que le han hecho al clima: han provocado una tormenta, destruido las cosechas. Es fascinante observar los vínculos entre el clima que se vuelve extraño y los impactos culturales que se derivan de él”.
Una de las citas más famosas de Macbeth reza: “El mal es bien, y el bien es mal / cirniéndose entre la niebla y el aire sucio” (traducción de Luis Astrana Marín). En la obra de Shakespeare las brujas están relacionadas con el mal tiempo: “¿Cuándo volveremos a encontrarnos las tres en el trueno, los relámpagos o la lluvia?”, reza otro famoso verso de un texto escrito cuando Europa estaba sometida a un clima imprevisible y frío, que arruinaba cosechas y provocaba hambrunas. “A lo largo de la obra, cuando aparecen las brujas, siempre hay truenos, lluvia o algún tipo de mal tiempo”, señala Kate Marvel. Macbeth se estrenó a principios del siglo XVII, en los peores momentos de la Pequeña Edad de Hielo. La diferencia con lo que ocurre en la actualidad es que alguien está cambiando el tiempo, a una velocidad imprevisible, pero no son las brujas: somos nosotros mismos. Queramos verlo o negarlo.
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