El arte como propaganda y carta de presentación ha sido utilizado a lo largo de la historia para vender las bondades de sistemas políticos, religiones o marcas con las que comerciar. La República de Venecia, potencia económica mundial desde su nacimiento en el siglo IX, intentó disimular su declive creando una carta de presentación vinculada al arte. El Estado impulsó un movimiento artístico como hasta entonces no se había conocido. Tintoretto, Luca Giordano, Sebastiano Ricci o Bellini fueron algunos de los artistas que dejaron al mundo boquiabierto con telas cargadas de historias en las que se reinterpretaba el arte antiguo. Una parte muy sustancial de lo que fue aquel movimiento se puede ver hasta el 14 de julio en la Fundación Barrié de A Coruña. La exposición se titula Dioses y héroes del barroco italiano. De Tintoretto a Sebastiano Ricci. Son 52 obras (34 pinturas y 18 libros fechados entre los siglos XVI y XVIII) prestados por La Fundación Querini Stampalia de Venecia.
Babet Trevisan, conservadora jefe de la colección y comisaria de la exposición, ha dividido el contenido en seis secciones que forman un único capítulo, en el que se cuenta cómo el arte forja la ciudad conocida como “maravilla de las maravillas”.
Recuerda la experta que ya en 1486 el gobierno establece la figura del historiador público, escogido entre los miembros de la aristocracia. Esa especie de director de campaña pone en marcha su propio panteón de ilustres laicos: dogos, capitanes de mar, embajadores, artistas y ciudadanos comunes están retratados como defensores de la libertad, la autonomía y los valores cristianos de la República, prestos a defenderla de intromisiones y ataques externos. Mitología y alegoría adquieren un papel “estatal”, al servicio del relato público. Las pinturas, todas de gran formato, están acompañadas de vitrinas en las que se muestran volúmenes incunables escogidos de entre las miles de joyas literarias de un museo que alberga 400.000 libros en una de las bibliotecas más visitadas de Venecia.
Ante el San Sebastián de Luca Giordano, Babet Trevisan habla del gusto por las narraciones que podrían calificarse de género negro por su búsqueda de la belleza dentro del sufrimiento. El cuerpo de San Sebastián es blanco reluciente pese a los chorros de sangre oscura que corre desde el costado y las muñecas. Su luz destaca sobre un fondo de negros y marrones. Puro barroco. La búsqueda del cuerpo perfecto convierte a San Sebastián, explica la comisaria, en uno de los sujetos más inspiradores para la imaginación de los artistas; el cuadro de Luca Giordano es un ejemplo que lo muestra muy claramente. “El mito cristiano relee y reinterpreta también a otros personajes importantes de la Edad Clásica, como las sibilas. En el siglo XVII la presencia de estas profetisas alcanza una nueva significación en el arte figurativo, con representaciones llenas de contenidos educativos y morales, típicos de la Contrarreforma”.
La belleza de las alegorías
Uno de los apartados más espectaculares del recorrido expositivo está dedicado a las alegorías. Aquí se quiere demostrar que lo antiguo que renace en Europa gracias al humanismo renacentista es una invención, una libre interpretación de personificaciones y figuras alegóricas complejas. Lo que vemos, dice la comisaria, nada tiene que ver con lo que se narraba en la Antigüedad. “El arte véneto supera los límites de la censura y llega a ser un modelo absoluto. Reemplaza el viejo Olimpo por otro nuevo donde moran los ‘divinos’: Tiziano, Giorgione, Tintoretto, el Veronés, Padovanino y su aprendiz Pietro Liberi.
El óleo principal de esta sección podría ser, según la comisaria, L’uomo precipitato dai vizi (El hombre derrumbado por los vicios), de Pietro Liberi. Se ve a una muchacha joven empujando a un hombre al vacío mientras un bufón, con una baraja en la mano, le da una patada en los genitales. Al fondo de la escena, otra mujer le exprime un racimo de uvas por encima. La moraleja es que hay un mal final para quienes se dejan llevar por el amor, el juego y el vino.
De Padovadino, maestro de Liberi, se incluyen dos pinturas protagonizadas por dos bellísimas muchachas que se aproximan una a la otra de manera claramente sensual. En la cartela se explica que el artista reproduce el versículo bíblico “misericordia y verdad se encontraron, justicia y paz se besaron“. Las iconografías, a medio camino entre humanismo renacentista y cristianismo, representan a las protagonistas en poses seductoras. “De esta forma, castidad y erotismo cohabitan en las obras, expresando el espíritu de este periodo de contradicciones”, remata la comisaria.
En la exposición se incluye un vídeo en el que se recoge el viaje de unas obras que han sido elegidas por los responsables de ambas fundaciones: Barrié y Querini Estampalia. Cada cuadro y cada libro desciende perfectamente embalado por ventanas del palacio museo situado entre San Marcos y Rialto para atravesar la Laguna y alcanzar la orilla del Atlántico desde la que ha llegado a A Coruña. La relación de la familia Querini con España arranca en 1768, cuando Giovanni Querini, el más joven de la dinastía se instaló en Madrid en calidad de embajador de la Serenísima República de Venecia. Como testimonio de su labor perduran 211 cartas, numerosas reseñas, despachos y un cuaderno de los gastos efectuados durante la estancia, consultable en el archivo familiar. Entre el siglo XVI y el XVIII, por el puente diplomático y cultural tendido entre Venecia y Madrid, viajan artistas y objetos artísticos de todo tipo: cuadros, libros ilustrados, libretos teatrales y grabados, en un vaivén de contactos ininterrumpidos que ahora continúan en A Coruña.
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