Nuestro sitio web utiliza cookies para mejorar y personalizar su experiencia y para mostrar anuncios (si los hay). Nuestro sitio web también puede incluir cookies de terceros como Google Adsense, Google Analytics, Youtube. Al utilizar el sitio web, usted acepta el uso de cookies. Hemos actualizado nuestra Política de Privacidad. Haga clic en el botón para consultar nuestra Política de privacidad.

El agujero negro que arrastra (sobre todo) a las científicas | Vacío Cósmico

La duda ofende, reza el dicho. En ciencia, sin embargo, la duda no ofende sino que su base misma. Todo es susceptible de duda y ante todo hay que ser escéptico. Pero también es verdad que el escepticismo no tiene nada que ver con la descalificación infundada, ni con creerse o no resultados (un verbo que no se debe conjugar en ciencia) ni con una supuesta libertad para opinar sobre cualquier cosa sin argumentos sólidos y comprobados.

La frontera es estrecha entre el escepticismo y el atrevimiento de la ignorancia, e incluso entre lo que está más allá, hacia los extremos, que son el dogmatismo y el negacionismo. El equilibrio entre ellos es fundamental en la vida y en el mundo científico. Cuando se rompe ese equilibrio en favor del escepticismo y la duda, no solo en el ámbito del trabajo científico, sino en uno mismo, surge el llamado síndrome del impostor, algo que cada vez afecta a más investigadores; y especialmente a las mujeres. Por eso quiero hablar de ello hoy, cuando nos acercamos al Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se celebra todos los 11 de febrero.

No es que sepa de lo que sienten los artistas, pero por películas y noticias varias, en algún momento del proceso creativo, las musas no acuden, la mente se bloquea, las dudas sobre si sirves para esto aparecen (por ejemplo, para escribir estos artículos). Aunque el arte parezca alejado del proceso científico, en realidad la investigación necesita de altos grados de creatividad e imaginación: es todo un arte idear experimentos y pruebas, para demostrar que es mentira todo lo que se te ocurre para explicar el universo. Porque probar que todo lo que se te ocurra es mentira, y fallar en el intento, es la base de la ciencia. Porque la ciencia, básicamente, consiste en construir las mejores teorías posibles que expliquen la realidad con los datos existentes y sin pruebas que las tiren por tierra.

Si el científico debe ser creativo e imaginativo, como un pintor o un escritor, no parece raro que en algún momento no venga ya, momentáneamente o para siempre, ninguna idea feliz. Y entonces la bola de nieve se pone a rodar y se puede hacer mucho más grande, planteándote si realmente sirves para esto, si esto sirve para algo y si te has equivocado de profesión.

En este callejón oscuro que es el síndrome del impostor confluyen varias vías. Quizás tuve suerte en esa ocasión y conseguí ese trabajo que no merecía. O quizás fui muy listo, o demasiado; o a lo mejor fue sin querer, pero el caso es que engañé a todo el mundo, manipulé su visión de mí. Y hasta aquí hemos llegado, ahora ya no me veo capaz de más. Quizás es que el conocimiento humano, o las personas, tienen un límite; pero es que mi techo está muy bajo, ya no sirvo.

El síndrome del impostor es muy común en la ciencia. Se ha demostrado, además, que afecta más a mujeres que a hombres. El problema lo ha sufrido en algún momento todo el mundo, incluso las astrofísicas más brillantes y célebres. Es el caso de Jocelyn Bell, que descubrió los radiopúlsares, un hallazgo que valió un premio Nobel… pero que no fue no para ella: ¡increíble! Esta astrofísica ha contado en varias ocasiones sobre cómo estar rodeada de gente brillante en una de las universidades más prestigiosas del mundo, Cambridge, que también seguro que cuenta con gente, digamos que muy sobrada, la llevó a caer en el síndrome del impostor.

Para superarlo, Bell intentó trabajar más que nadie, siempre con miedo a ser expulsada de la investigación, y con el objetivo de descubrir algo importante. Ella realmente consiguió, aunque no se le reconoció, descubrir algo impresionante como los restos de una estrella masiva desaparecida, que con anterioridad había sido predicho por teorías de la evolución estelar. Además, el descubrimiento de su vida le llegó cuando estaba empezando su carrera investigadora. Y si, aun así, sufrió síndrome del impostor, imaginen que el problema puede afectar al 99.9% de los científicos.

De ‘impostores’ a ‘cuñados’

¿Cómo superar el síndrome del impostor? Los expertos nos dicen que no es fácil. Una de las formas de superarlo, que no curarte, parece ser que es irte al otro extremo del espectro, y contagiarte de lo que comúnmente se conoce en nuestro país como la enfermedad del cuñadismo. Imposible que yo sea un impostor, si es que nadie sabe lo que sé yo. Y no solo de ciencia, de cualquier cosa. En ciencia se suele plasmar en dos simples afirmaciones. Una de ellas es que “los resultados científicos que me estás mostrando, los saqué yo hace 20 años, no aportan nada nuevo.” La otra opción es que “lo que has encontrado es mentira, lo sé yo, no me lo creo, vamos”. Misión cumplida: superado el síndrome del impostor sin dudar de ti, sino de todo lo demás, y haciendo dudar de sí mismo al colega. Lamentablemente, esta actitud no es ajena a la ciencia, y también afecta más a las mujeres, pero esta vez como receptoras del escepticismo infundado de sus colegas hombres.

Bueno, hasta aquí esta edición de Vacío Cósmico sobre el existencialismo del científico. Volveremos con mejores historias que nos ayuden a superar el síndrome del impostor y la enfermedad del cuñadismo. Espero que el artículo no desluzca la celebración de estos días, solo nos haga pensar sobre algo que se está discutiendo a nivel social: la salud mental. ¡Feliz Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia!

Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de un átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología, y Eva Villaver, directora de la Oficina Espacio y Sociedad de la Agencia Espacial Española, y profesora de Investigación del Instituto de Astrofísica de Canarias.

Puedes seguir a MATERIA en Facebook, X e Instagram, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

By Otilde Pedroza Arredondo

Te puede interesar