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De Pablo Motos a Imanol Arias, los famosos son el canario en la mina de la desinformación | Ciencia

Corría el mes de mayo de 2020 y el mundo entero parecía soñar con la llegada de la vacuna contra el coronavirus. Ni siquiera era seguro que se lograra desarrollar. Pero a mí se me ocurrió proponer en el periódico un reportaje con un planteamiento que a muchos sonaba ridículo. La dirección me pidió que revisara bien los datos, porque les parecía inverosímil. Al final se fiaron de mí y se publicó con el titular: “¿Y si llega la vacuna, pero millones de personas se niegan a ponérsela?”. Días después, recibimos entre risas nerviosas las barbaridades que decía el cantante Miguel Bosé sobre las vacunas y confirmó lo que muchos estudios señalaban: había una marea de fondo de desconfianza que estaba cristalizando contra las vacunas, la ciencia y las autoridades en general. Bosé era la punta del iceberg: si asoma, es que hay mucho hielo con el que lidiar por debajo.

Cuando estos días han coincidido Pablo Motos e Imanol Arias con reclamos pseudocientíficos de primer orden (recuerden: pseudo significa falso), de esos que suenan a patraña a la legua, debemos ponernos alerta. Porque es probable que tengamos delante otro iceberg. Motos nos vende en su Instagram “una de las máquinas más punteras en regeneración celular”, que coge el aire de la habitación y lo convierte en “plasma atmosférico frío”, según la sanitaria que le acompaña, un “gas excitado con muchos protones y electrones libres que los va a ceder a nuestro cuerpo” para darle “ese chute de energía”, “estimular directamente el nervio vago” y “neutralizar radicales libres”. Arias, en una extensa entrevista en Infobae, explica que se dedica a la meditación cuántica ideada por un charlatán para “encender la pineal” y, sobre todo, “no ser enemigo del cortisol”. Si hay algo que define a una patraña es esa palabrería paracientífica con la que se pretende enmascarar el engaño.

Pero no hay que reírse (o no solo). Los famosos son, desde hace mucho tiempo, un problema de salud pública. La cultura de las celebrities, ahora turbotiktokizada con la cultura de los influencers, es una correa de transmisión sin fin de reclamos falsos, engañosos o directamente nocivos para la salud. Los medios desempeñamos un papel crucial en todo esto, siempre interesados en difundir “el último truco” de tal o cual famosa para estar estupenda: antes eran la dieta Dukan, los smoothies o los batidos detox, ahora están de moda las rutinas de skincare y el ayuno intermitente. Seguir los consejos de belleza de una top model, que ha ganado la lotería genética, es como pedirle trucos para medir dos metros a un jugador de baloncesto. Salvo en el caso de Sofía Mazagatos, que tenía razón cuando recomendó meter la cabeza en el congelador “sin cerrar la puerta”.

Sin embargo, a nosotros nos encanta seguir esos consejos. Los famosos, como nosotros, también van dando tumbos detrás de remedios milagro, pero con una diferencia notable: ellos tienen dinero y tiempo (es decir, más dinero) para sumergirse a fondo en cada una de esas rutinas o prácticas: “Llevo meses buscando una máquina y por fin la he encontrado”, confiesa Motos, que se ha ido hasta Alicante a por ella. Cualquiera que siga a personajes populares en redes sociales habrá visto vídeos promocionales de este mismo pelaje, de sus clínicas o pseudoclínicas favoritas, chapa y pintura para seguir triunfando.

Gran parte de este ciclo lamentable se explica con el efecto halo, un atajo mental que hace que extendamos un rasgo positivo, éxito o belleza, al resto de las decisiones de esa persona. Por eso compramos las natillas que vende un futbolista y por eso debería impedirse que le coloquen ese truco a los menores a costa de su salud alimenticia. Ser guapa no te hace experta en dermatología, meter muchos goles no te convierte en nutricionista y tener un programa líder de audiencia no te da un título de medicina.

Hay que arquear la ceja cuando los famosos dan una pirueta pseudocientífica del calibre de las de Motos y Arias, porque quizá nos dan pistas sobre la cantidad de morralla que está difundiéndose por debajo del radar de los medios. Ya lo dice el actor en su entrevista: “No leo periódicos, me entero de otra manera, tengo un gran respeto por las redes”. El caso de Elon Musk en EE UU también es paradigmático, difundiendo con su gigantesco altavoz conspiraciones de todo tipo, que al menos ayudan a visibilizarlas. Las mismas que también atraen a Iker Jiménez, casualmente, que abandonó las conspiraciones de platillos volantes por las de geopolítica con un notable olfato para leer los tiempos que corren. Hay otro sesgo cognitivo detrás de todo esto: el narcisismo, tan común entre los famosos, es uno de los rasgos habituales entre los fans de las teorías alternativas de la realidad.

La ministra de Sanidad, Mónica García, ha afeado a Motos su mensaje en un tuit: “Las pseudoterapias solo tienen efectos en el bolsillo, en el mejor de los casos. La falta de evidencia científica no solo es un engaño: también puede poner en riesgo la salud”. Pero está en su mano hacer algo más: en 2018, su predecesora, María Luisa Carcedo, lanzó un plan gubernamental junto a Pedro Duque para acabar con la charlatanería de las pseudoterapias. “Los establecimientos públicos o privados que incluyan pseudoterapias no podrán llamarse centros sanitarios”, aseguró entonces Carcedo. Quizá es momento de desempolvar ese plan.

En septiembre de 2020 le pregunté por Miguel Bosé al sociólogo Josep Lobera, que había realizado muchos trabajos para entender los recelos hacia la medicina y la ciencia. “Es un canario en la mina”, me respondió, “un indicador de alerta de que hay cosas subterráneas que no vemos porque no estamos en esos grupos, pero se están produciendo. Millones de personas en España están con un discurso muy desconfiado, muy alternativo”. Desde entonces, han pasado muchas cosas y una de ellas es la cristalización de discursos anticiencia en determinados sectores. Motos y Arias están piando: estemos atentos.

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By Otilde Pedroza Arredondo

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