Había un miedo lógico en la mente de Coque Malla (54 años, Madrid) cuando salió a la venta su último disco. Lleva por título Aunque estemos muertos, así que temía que el público lo recibiese como un trabajo fúnebre o deprimente. “Es todo lo contrario”, sentencia el artista. “La única huida posible de la muerte es la vida; este disco es eso”. La defensa la esgrimió en el encuentro que mantuvo con lectores de EL PAÍS, la pasada semana, en el Teatro Real de Madrid. El acto, en el que profundizó en las motivaciones del disco e interpretó varias canciones, estuvo moderado por la periodista Laura Piñero y forma parte del programa de actividades exclusivas de EL PAÍS+.
Aunque el artista señaló que la pandemia no ha influido en este trabajo, al menos “de manera consciente”, sí ha tenido presente la reciente muerte de sus padres, su paternidad y también la propia edad. “Resucitar no puedo, pero puedo inventarme una vida por ti; abandonar no quiero, solo quiero aprender a vivir junto a ti, aunque estemos muertos”, canta en el tema que da título al álbum. Y es que a pesar de esa primera impresión Coque Malla canta para sentir la vida.
Este ha sido para él un trabajo “inmersivo”, “como bucear”. El trabajo en estudio fue tan intenso que volvió a sentir algo que no experimentaba desde que formaba parte de Los Ronaldos: “Ha surgido esa energía de banda, todos a una”. Ha sido espectacular, asegura, y también “un orgullo” que los músicos se hayan volcado así en un disco suyo.
El proceso creativo es doloroso para él porque la inseguridad le hace desconfiar de sí mismo, teme no llegar con las notas y la letra al lugar que se ha imaginado previamente. Y sufre, sufre mucho. “Es una paranoia”, advierte, pero asegura que siente como si una cobra le hubiese mordido y necesita agua como antídoto. Si no la alcanza, morirá. Así que es vital alcanzar aquello que ha vislumbrado que puede crear.
Todo comienza con una frase que aparece como de la nada, “como la escritura automática”, o un estribillo que tararea sin más. Después tira del hilo para saber de dónde viene y también a dónde va. A veces la búsqueda surge en momentos etílicos, con amigos; otras, del insomnio. Así nació, por ejemplo, Baila en la oscuridad, una de las primeras canciones del disco que se dibujó en su mente. “Tiene una cosa onírica, irreal; buscaba acordes a los que no estuviera acostumbrado”, contó.
El sufrimiento que asegura vive en la composición desparece en la gira. “Soy feliz”, aseveró rotundamente. “Se come, se bebe, se viaja, te subes al escenario y conectas con la gente”, resumió. Se produce “una especie de misa negra” en la que, si tanto público como artista hacen su parte, se efectúa una magia que solo se vive en los conciertos y que también surgió en la sala Gayarre del Teatro Real durante su interpretación de Aunque estemos muertos o Como los gatos salvajes.
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