—Este es el suelo normal de esta zona: de un color homogéneo, muerto, sin raíces ni bichos —dice el investigador y agricultor Marc Gràcia con un puñado de tierra de una finca vecina en su mano.
Camina unos pasos hacia sus tierras, situadas en Sant Ferriol, al norte de Girona.
—Y esta es la tierra de mi huerto: tiene lombrices, raíces, materiales en descomposición. Está llena de vida. ¡Mira cómo huele! Y sin usar nada que no haya salido de esta tierra (salvo el agua).
La diferencia entre un terreno y otro es la agricultura regenerativa, un conjunto de técnicas que apuestan por no labrar la tierra y recuperar la vida del suelo, aprovechar la ganadería extensiva y no usar productos químicos ni insumos externos; todo ello permite reducir los gastos e ir aumentando las cosechas año a año. Aunque todavía no existe un sello europeo para certificar estas prácticas —ni un recuento en España—, la UE está tratando de impulsarlas, mientras los agricultores piden ayudas para mantenerse durante el difícil periodo de transición. El espaldarazo puede llegar pronto: 130 países acaban de firmar un compromiso en la COP28 para favorecer este tipo de cultivos, que retienen carbono y ayudan a luchar contra el cambio climático. En este panorama en ebullición, algunas explotaciones pioneras ya trabajan con este modelo en España.
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En una de ellas trabaja Gràcia, que además es investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (Creaf). Sus estudios le hicieron plantearse aplicar estas técnicas en Mas Planeses, una finca familiar agrícola —presidida por una preciosa masía de piedra centenaria— que había pasado décadas abandonada. “La producción intensiva actual considera el suelo un mero soporte, y lo basa todo en el petróleo barato, necesario para arar, echar fertilizantes, herbicidas y plaguicidas”, señala el experto. “Esto degrada los suelos y hace que cada año haga falta más energía para producir, y además genera contaminación, pérdida de biodiversidad y emisiones contaminantes”, añade.
Eduardo Vázquez, profesor de Producción Agraria en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), explica: “Al labrar el suelo, la materia orgánica —que está formando agregados— se descompone y produce emisiones de dióxido de carbono (CO₂), que impulsan el cambio climático. Y la aplicación de fertilizantes impulsa el óxido nitroso (N₂O), también de efecto invernadero”. Según el último Inventario Nacional de Emisiones a la Atmósfera, la agricultura y ganadería suponen casi el 12% de las emisiones en España.
Frente a esta realidad, continúa Vázquez, surge la agricultura regenerativa: “Este modelo busca reducir el laboreo y que haya más materia orgánica en el suelo, es decir, que se cree una comunidad microbiológica con lombrices. Un suelo vivo es fundamental para que el agua se infiltre mejor, con lo que retiene más humedad y es más resistente a la sequía y a la erosión superficial —como lluvias torrenciales—, y a la vez las plantas pueden coger de ahí sus nutrientes”. Además, “cuanta más materia orgánica haya en el suelo, más carbono secuestrado, lo que ayuda a mitigar el cambio climático”.
Sin regulación europea
A diferencia de la agricultura ecológica, regulada en la UE desde hace décadas —que exige no usar químicos, pero no habla de suelos y necesita de insumos externos—, todavía no existe una definición formal de en qué consiste la regenerativa, tal y como confirma un portavoz del Ministerio de Agricultura. “Se está tratando de impulsar el modelo de agricultura regenerativa en la UE, que iría un paso más allá respecto a la ecológica, ya que tiene un enfoque integrado con técnicas que minimizan tanto los tratamientos mecánicos sobre el suelo como los tratamientos químicos, con técnicas como la siembra directa o el mínimo laboreo, el uso de cultivos de cobertura y la reducción de los fertilizantes de síntesis, así como la lucha biológica en plagas. Muchas de las premisas de este tipo estarían en la línea con el Pacto Verde Europeo”, señala el ministerio.
¿En qué se traducen? Gràcia lo explica mientras camina por su finca, que cuenta con 20 hectáreas de pastos y huerta y otras 50 de bosque. “Tenemos el terreno divido en 80 parcelas para dar de comer pastos a 12 vacas de leche y 40 terneros. Las manejamos con el Pastoreo Racional Voisin (PRV), que es intensivo y regenerativo: solo están un día en cada parcela, así comen la hierba y abonan el terreno, pero no compactan demasiado el suelo. Al día siguiente las movemos a otra”, explica. “Tenemos también 11 burros que nos ayudan a desbrozar parte del bosque para crear parcelas con sombra para el verano”, añade.
Gallinas y conejos también cumplen una función: los pollos están en un gran cercado, que se mueve una vez al día, y hacen el papel de reciclar y regenerar el suelo, además de comer insectos; los conejos están en jaulas móviles —que también se mueven una vez al día— que permiten que se coman la hierba y abonen el suelo. La carne de todos los animales y los huevos de las gallinas se venden luego por internet.
Mientras, en el huerto planta 30 tipos de cultivos —berenjena, pimiento, col, brócoli…—, que vende en cooperativas y grupos de consumo de la zona. “Hacemos una hilera con troncos cortados a la mitad para que surja vida debajo. Regamos con agua que lleva hierbas de la propia zona fermentadas, para enriquecer el suelo al inicio. Dejamos crecer las hierbas, que aportan fertilidad, y solo las cortamos junto a los troncos, para que los cultivos tengan espacio”. Con esta técnica, la tierra del huerto ha pasado de un 1,8% a un 8% de materia orgánica en cinco años, y sin insumos externos, ni estiércol, ni compost. Más materia orgánica en el suelo significa además menos carbono en la atmósfera. Las verduras se venden en grupos de consumo y tiendas de cercanía.
Al otro lado del mapa —en A Coruña—, la cooperativa Labrecos también aplica estas técnicas. “Éramos una explotación familiar intensiva y nos hemos pasado a la regenerativa. Tenemos 20 hectáreas de huerta, pastos, frutales y animales. Las vacas, ovejas y gallinas nos ayudan a abonar la tierra, y también vendemos la carne”, dice Aitor Lata, uno de los propietarios. “En la huerta llevamos dos años sin usar el tractor, con lo que gastamos menos, el suelo se ha vuelto mucho más productivo, y además cada año es más fértil. Antes plantábamos 10.000 puerros en el doble de terreno que ahora, lo que me dice que la tierra está mejor y produce más en menos espacio”, prosigue.
Montse Cortiñas, vicesecretaria general de UPA —el sindicato agrario que aglutina a la mayoría de las explotaciones familiares—, considera que agricultores y ganaderos están dispuestos al cambio: “Estamos padeciendo la emergencia climática en primera línea con lluvias torrenciales, sequías, heladas a destiempo… Y somos conscientes de los problemas de los suelos y ecosistemas. Estamos incrementando las hectáreas de siembra directa, es decir, sin labrar, para evitar la erosión del suelo y favorecer las cubiertas vegetales. Pero haría falta una estrategia estatal, una definición europea, y poner en marcha recursos para ayudar en la transición de un sistema a otro, porque al inicio suele haber una caída en la producción”.
Gràcia lo confirma: “Hace falta una inversión, porque al inicio el trabajo principal es meter materia orgánica en el suelo, y hasta que se regenera hay una bajada de producción inicial. Tienes que aprender a gestionar las llamadas malas hierbas, que en realidad no son malas, sino un indicador de que el sistema está funcionando; tienes que saber cuándo cortarlas y cómo hacer que sirvan para alimentar al suelo”.
Cómo enfrentarse a las plagas
Otro problema son las plagas, que hay que aprender a manejar, como explica Lata, de Labrecos: “El primer año es difícil, pero luego los insectos se controlan unos a otros. Es fundamental plantar muchos cultivos al mismo tiempo. Nosotros tenemos 20 o 30 a la vez, de manera que si uno sufre una plaga, tenemos muchos otros. Y favorecemos la presencia de insectos depredadores de otros insectos”. Otra cuestión es la adaptación a cada terreno concreto, que requiere conocer las diferentes técnicas y estrategias, para lo que se puede recurrir a la asociación Agricultura Regenerativa Ibérica o consultar el Manual Polyfarming, creado a partir de un proyecto Life europeo.
El activista ambiental Javier Peña, que ha hablado sobre agricultura regenerativa ante ministros de Medio Ambiente de toda la UE, considera que esta transición “va a ser próxima gran revolución agrícola, y ya está empezando a llegar tanto a pequeños productores como a grandes empresas”. Y pone algunos ejemplos: Verdcamp Fruits, una finca de 300 hectáreas en Tarragona que produce 10 millones de kilos de fruta al año con estas técnicas, o El Valle del Conde, que ha convertido 230 hectáreas de olivar tradicional en una dehesa con flores, hierbas y biodiversidad, con lo que ha aumentado la producción y reducido costes. También ha llegado a las multinacionales: Nestlé, Pepsico y Unilever, entre otras, han hecho anuncios sobre el tema en los últimos meses. Incluso el presidente Pedro Sánchez mencionó la agricultura regenerativa en su discurso de investidura, el pasado 15 de noviembre.
Al no existir todavía una etiqueta o certificación extendida, hay riesgo de greenwashing (o ecopostureo), sobre todo por parte de las grandes marcas. “Para que se extienda este tipo de agricultura haría falta un sello europeo —igual que el ecológico— para que los consumidores puedan valorar estos esfuerzos”, señala Cortiñas, de UPA. En España, AENOR acaba de crear la primera certificación en este sentido. En cualquier caso, Gràcia cree que el cambio es imparable: “Está claro que ya hay un problema de escasez de recursos, y aunque no haya una certificación, no habrá otra alternativa que pasarse a este sistema. Los resultados son evidentes: se usa menos suelo, se gasta menos y se produce más”.
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