A los 22 años, Tomás Aparicio, de Vigo, no tiene TikTok ni BeReal por pura convicción. Entre el chorro de vídeos que circulan en estas plataformas, cuenta, es imposible distinguir los que contienen información falsa de los que no. YouTube le resulta más amigable porque encuentra perfiles más veteranos, divulgadores como el físico Javier Santaolalla, nacido en los ochenta, que aportan contenidos de “mucha calidad”. Aparicio, que estudia el grado de Derecho y ADE en la Universidad de Vigo, tiene una mente algo más metódica que la media de chavales de su edad. Hace unos años se metió en el club de debate de su universidad de forma “extraacadémica”, sin créditos de por medio. Desde entonces, ha dedicado unas 20 horas a la semana a preparar debates. El último, sobre si la inteligencia artificial puede ayudar a identificar noticias falsas, le ha valido hacerse con el título de campeón mundial de oratoria.
“La sociedad está muy desconectada del problema de la desinformación, tendemos a quedarnos con el primer clic o enlace que encontramos y no hay una tendencia a contrastar aquello que refuerza nuestras creencias, la gente se conforma con el primer dato que les da la razón”, expone Aparicio, que añade que aunque dispongamos de las herramientas de inteligencia artificial más sofisticadas, si no hay voluntad por conocer la verdad, de nada sirven estas tecnologías. Con este y otros argumentos, el gallego consiguió vencer en un campeonato en el que participaron casi 400 jóvenes de España y Latinoamérica, organizado por la Liga Española de Debate Universitario y la Red Latinoamericana de Cooperación Universitaria.
Durante el mes y medio en el que pudo prepararse para ese debate de la final del campeonato, encontró diferentes investigaciones sobre cómo se comportan los humanos a la hora de informarse. “Cuando recibimos una información que es contraria a nuestras creencias, no nos creemos lo que estamos leyendo. Es lo que se conoce como el sesgo de confirmación, no interpretamos ese contenido conforme a la realidad, sino de acuerdo a lo que nosotros pensamos. Se crea una cámara que nos aísla del mundo”. Aparicio encontró que el 45% de la población da por válido el primer resultado que ofrece Google al hacer una búsqueda. “Ya lo dijo el filósofo Yuval Noah Harari [autor de Sapiens, de animales a dioses, Debate], a día de hoy la verdad es el primer enlace que nos aparece en una búsqueda de Google”, señala Aparicio.
A eso se suma, continúa el universitario, el entorno virtual en el que se mueven especialmente los jóvenes, donde los algoritmos les ofrecen los contenidos que están habituados a consumir, lo que desean encontrarse en internet. Son las conocidas cámaras de eco, al dar Me gusta o difundir un contenido, la red social recomienda más de eso. “La mayoría de los chavales ven un vídeo de TikTok y lo asumen como cierto… y eso tiene un impacto en la sociedad, ya se vio cómo las campañas de desinformación en redes cambiaron la opinión de millones de votantes en las elecciones de 2016 de Estados Unidos o con el Brexit”, expone. Hay excepciones: “Por ejemplo, la foto del papa Francisco con el abrigo de Balenciaga nos llama la atención y nace el impulso de contrastarlo, pero cuando apelan a nuestras emociones, no tenemos ese filtro”.
Sobre lo que puede suponer el uso de la inteligencia artificial en la vida de un joven, Aparicio cree que no es precisamente la cura frente a todos los males, sino que lo que ha hecho ha sido agravar más los problemas. “Los deepfakes [vídeos o imágenes estáticas ―también puede ser sonido― donde se sustituye el rostro original por el de cualquier otra persona] cada vez nos traumatizan más por las barbaridades que se pueden llegar a hacer, es un efecto perverso de la IA”, dice en referencia a casos como el de los menores de Almendralejo (Badajoz) que manipularon y difundieron imágenes falsas de algunas de sus compañeras de clase para presentarlas desnudas. “La IA crea imágenes que nuestro ojo no es capaz de percibir si son falsas o no… la brecha entre lo negativo y lo positivo que genera no se termina de cerrar”.
En toda su educación, Aparicio no ha recibido ninguna formación para identificar fake news (noticias falsas) o aprender a combatir la desinformación. “No nos educan para no dejarnos llevar por nuestro impulso más primitivo que es fiarnos de quien nos da la razón, no nos enseñan a dudar de lo que vemos”, recalca. Gracias a los debates, él ha aprendido la facilidad con la que se puede construir un argumentario a favor o en contra de una causa, cómo se pueden manipular los datos para que refuercen una u otra posición. “En los torneos, se sortea un minuto antes del comienzo si debes posicionarte a favor o en contra, tú llegas con las dos posturas muy bien aprendidas”, cuenta. Además, la oratoria le ha aportado seguridad en sí mismo. “Aprendes a no dejar que otros hablen por ti o se adueñen de tu voz, a defender tus ideas”.
Aunque ni la escuela, ni el instituto, ni la universidad incluyen asignaturas obligatorias de oratoria, fuera de los programas oficiales de las universidades se han multiplicado los clubes de debate impulsados por los alumnos con el objetivo de aprender a argumentar y ser capaces de defender ideas sólidas. Hace una década apenas existían cinco torneos de debate universitario en España y ahora se organizan más de 20 al año, aunque después de la pandemia, se organizan fundamentalmente en los colegios mayores.
“La práctica de la oratoria a nivel universitario te permite conocer a más gente y empaparte y profundizar en temas muy diversos”. También ayuda en lo profesional. Aparicio cuenta que durante una entrevista le preguntaron por los acontecimientos más importantes de 2022. “El debate me ayudó porque durante el año fui leyendo de muchos palos. Aprendes técnicas para exprimir lo que sabes y a la vez maquillar las inseguridades sobre aquello sobre lo que no estás tan seguro. La oratoria hace nuestro cerebro más flexible y nos permite quitarnos prejuicios y tener una visión más panorámica”.
Ser buen orador no solo amplía las posibilidades de encontrar un empleo, también repercute en el expediente académico. Según las investigaciones de Neil Mercer, profesor de Educación de la Universidad de Cambridge y director de su centro de oratoria, los niños a los que se enseña el “arte de las discusiones razonadas” mejoran sus notas en matemáticas y ciencias. “Es importante que los jóvenes desarrollen opiniones con criterio y eso conlleva saber explorar los diferentes ángulos de un argumento”, señala en el informe The State of Speaking in Our Schools, elaborado por la consultora Voice 21 junto a Cambridge. Ganar la confianza necesaria para poder compartir en público pensamientos e ideas creativas de forma que los demás se sientan atraídos es el objetivo de la oratoria en el siglo XXI, según Mercer.
Precisamente, España importó del Reino Unido el modelo de torneo de debate universitario. La primera vez que se organizó uno fue en el año 2000. La iniciativa no surgió de las universidades, sino de la empresa Unipublic, conocida por la organización de la vuelta ciclista a España. Participaron más de 70 equipos de cerca de 40 universidades públicas y privadas. “Al año de ingresar en el club de debate los chavales mejoran la nota media de su expediente académico en un punto y medio. Gracias a las técnicas que les enseñamos aprenden a organizar mejor lo que estudian y desarrollan su pensamiento crítico”, señala Manuel Bermúdez, profesor de Filosofía y director del Aula de Debate de la Universidad de Córdoba, una de las más numerosas en alumnos, unos 200 este año, junto a la Universidad de Comillas, que suma otros 200.
En España los universitarios practican dos tipos de debate: el académico y el BP, basado en el modelo parlamentario británico. La diferencia principal es el tiempo para preparar las intervenciones; en el británico solo disponen de 15 minutos y en el otro cuentan con varias semanas. “El académico les permite investigar, aprender a diferenciar las buenas de las malas fuentes y a ser muy rigurosos”, explica Francisco Valiente, coordinador del club de debate de Comillas.
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